Néstor Martín-Fernández de la Torre (Las Palmas de Gran Canaria 1887-1938), un artista polifacético que alcanzó reconocimiento internacional en el primer tercio del siglo XX y a quien la historiografía no ha prestado suficiente atención fuera del ámbito canario.
Educado en el seno de una familia acomodada, Néstor tomó clases con el artista catalán Eliseu Meifrén. Animado por su maestro, viajó a Madrid y Barcelona tempranamente, frecuentando en la capital los círculos tertulianos de Valle-Inclán, Gómez de la Serna y Romero de Torres, mientras la arquitectura modernista de la ciudad condal le cautivaba a primera vista. En esta etapa de formación fuera de las islas, el artista aprovechó para visitar Londres y París. Visitas esporádicas que dejaron una huella indeleble que se evidencia en el impacto estético y cultural del decadentismo, prerafaelismo y simbolismo en su obra de los años siguientes.
Motivado tanto por la vibrante vida cultural barcelonesa, como por la recepción que le dispensaron algunos coleccionistas locales, Néstor decidió establecerse en esa ciudad en 1907. Para entonces, la lectura de los clásicos grecolatinos ya había despertado en él una honda fascinación por la mitología y el lenguaje simbólico, al tiempo que el universo refinado y ambiguo de la escena europea situaban su trabajo al margen de las tendencias naturalistas y realistas en boga en España. La sensualidad, el misterio y el cromatismo que Néstor imprimió en seres imaginarios y etéreos escapaba los cánones de la masculinidad y feminidad hegemónicos, incomodando a algunos de los artistas de su tiempo que no dudaron en tachar su obra de decadente.
su pico es de ámbar, del alba al trasluz,
el suave crepúsculo que pasa tan breve
las cándidas alas sonrosa de luz.
Y luego en las hondas del lago azulado,
después que la aurora perdió su arrebol,
las alas tendidas y el cuello enarcado,
el cisne es de plata bañado de sol.
Tal es, cuando esponja las plumas de seda,
olímpico pájaro herido de amor,
y viola en las linfas sonoras a Leda,
buscando su pico los labios en flor.
Suspira la bella desnuda y vencida,
y en tanto que al aire sus quejas se van,
del fondo verdoso de fronda tupida
chispean turbados los ojos de Pan.
Rubén Dario.
Leda,1889
En 1913, Néstor realizó la primera pintura del colosal proyecto denominado Poema de los elementos. Aunque incompleto, este ambicioso conjunto pictórico es el más representativo de su etapa de madurez en la que si bien es evidente que el sustrato simbolista no ha perdido fuerza, incorpora elementos protosurrealistas, explorando temáticas radicalmente distintas como los principios esotéricos de la masonería, el erotismo exuberante y la representación de lo autóctono canario a través de la flora y la profundidad insondable de sus aguas. En 1924, algunas obras de esta serie se expusieron en Madrid, causando una fuerte impresión en el joven Dalí que fue a verlas en numerosas ocasiones.
A finales de 1928, Néstor se afincó en París, donde permaneció hasta 1934, año en que regresó definitivamente a su ciudad natal. Entre otras razones de índole económica y personal, su regreso estuvo motivado por el encargo de los murales del Salón de Baile del Casino de Santa Cruz de Tenerife, que inician la materialización del proyecto del "tipismo" que venía concibiendo hacía algunos años y consistía en la revalorización de la cultura popular grancanaria.
Néstor compaginó la pintura con colaboraciones para el mundo del espectáculo como la escenografía de El amor brujo de Manuel de Falla (1915) o el diseño de los decorados y vestuario de la bailarina Antonia Mercé, La Argentinita, para El fandango del candil (1927), sin olvidar la decoración del Teatro Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria (1926-1928) en colaboración con su hermano, el arquitecto Miguel Martín-Fernández de la Torre. En sus trabajos para el espacio escénico se hace notar el empleo de volúmenes en diagonal y el uso del contrapicado en consonancia con la visión vanguardista que estaba transformando la dramaturgia a través de la plástica escenográfica.
Epitalamio es probablemente una de las pinturas que provocó mayor escándalo de toda la trayectoria de Néstor. El artista apostó por ella para incluirla en el pabellón español de la Exposición Universal de Bruselas de 1910, donde finalmente se expuso a pesar del férreo rechazo inicial de algunos sectores de la crítica.
A pesar de que, teóricamente, la obra muestra un autorretrato del artista desposándose con una figura femenina que representa las artes, esta figura también podría interpretarse como una versión femenina del propio Néstor. Si bien el artista tomó como modelo para la mujer a su hermana Josefa, la pintura representaba unas nupcias de carácter irreverente y transgresor que debieron molestar bastante en el contexto de la época.
Desde un punto de vista formal, la pintura destaca además, por su suntuosidad y los ropajes opulentos de los personajes. A la derecha, tres efebos de insinuantes cuerpos desnudos sujetan una plétora de frutas (racimos de uva, plátanos, manzanas). El marco, que representa una arquitectura de reminiscencias palladianas en una suerte de jardín de las Hespérides, no puede ser más fastuoso.
El título de príncipe que Néstor se atribuye en una referencia al arte de la alquimia, que se relacionaba con la realeza. En este contexto, la boda simboliza la conciliación de los opuestos: varón femenino, mujer masculina. El personaje de Néstor señala su rodilla izquierda, un signo de identificación entre los pitagóricos referido al muslo de oro que tenía su fundador, Pitágoras, que solo mostraba a los iniciados.
En contra del criterio de su progenitor y gracias al apoyo de su madre, Néstor inició su formación como pintor en 1899. El paisaje, especialmente las marinas, se convirtió en un motivo intrínseco a este aprendizaje, de ahí que el artista comentara posteriormente que el mar fue su primer maestro.
El círculo decadente
En 1911 Néstor participó junto con Mariano Andreu, Ismael Smith y Laura Albéniz, en una exposición celebrada en "Fayans Catalá", una muestra que dio mucho que hablar: mientras unos la alababan, otros la tildaban de refinada y decadente. Un aire refinado distinguía la producción de estos artistas del resto y este rasgo, al igual que su sensualismo y sintonía con la cultura francesa e inglesa, emparentaba sus obras con la sensibilidad del norte, siendo fuente de reproches.
Para entonces el artista canario se encontraba ya plenamente inmerso en la realización de una concepción del arte por el arte que se nutria de guiños imaginarios y literarios.
El dandismo es un fenómeno asociado sobre todo a Inglaterra y Francia en el siglo XIX y, si bien la etimología del término ha sido objeto de amplio debate, la centralidad de la indumentaria es una cuestión en la que coinciden todos los estudiosos. Surgido en el seno de la burguesía, el dandi es un arquetipo de hombre de gustos refinados, que cuida sobremanera su apariencia a veces estrafalaria. Dentro de la excentricidad que caracterizó al dandi, su apariencia fue la heteronormatividad fue un aspecto común a todos ellos, tanto si eran o no abiertamente homosexuales, como fue el caso del emblemático Oscar Wilde o de Robert de Montesquiou, retratado como Barón de Charlus por Marcel Proust en En busca del tiempo perdido. Otros celebres dandis fueron Charles Boudelaire o Beau Brummell, ejemplo de buen gusto en la corte de Jeorge IV que, sin embargo, acabó sus días en la miseria.
Poema del Atlántico
La serie de ocho pinturas denominada Poema del mar o del Atlántico es la única que Néstor pudo terminar de un ambicioso programa iconográfico basado en los cuatro elementos -agua, tierra, aire y fuego- que ocupó gran parte de su trayectoria como proyecto pictórico destinado idealmente a una capilla o palacio bizantino. Lamentable el resto de las series quedaron inconclusas debido a su temprano fallecimiento en 1938.
El uso del término poema no es baladí ya que Néstor confería una enorme importancia a la creación literaria que inspiró su estética plástica. La serie Poema del Atlántico, inspirada en el periodo geológico cuaternario, se compone de dos grupos de cuatro obras. Por un lado, las referidas a las hora, al paso del tiempo; amanecer, mediodía, tarde y noche. Por otro, las que aluden a estados del mar; bajamar, pleamar, mar en borrasca, mar en reposo.
Observador minucioso de la naturaleza y apasionado de la ictiologia -en las pinturas se distinguen rascacios, morenas-, Néstor construye sus pinturas sobre dos ejes centrales; la presencia animal, fundamentalmente peces, y la antropomorfa a través de los putti o querubines de inspiración manierista. Empleando un cromatismo de gran intensidad (rojos, azules, violetas...), Néstor evita la literalidad de lo natural para poner en juego una serie de metáforas en las que predomina lo extraño, por ejemplo, los avatares de las criaturas que parecen cabalgar sobre peces. Las voluptuosas y dinámicas figuras aparecen entre algunas alusiones sexuales de gran osadía, como la punta fálica del pez del mediodía (1917-1918) sobre la que cabalgan dos criaturas agarradas.
El conjunto de obras esconde una imagen alquímica de la conciliación de opuestos o dos partes de la psique; la consciente y la inconsciente. La primera, estaría personificada en el azufre y en la figura de un niño de carácter ígneo; la segunda estaría simbolizada en el mercurio, el elemento liquido y el pez.
Desde el principio de la serie, Néstor introduce referencias a la masonería. Así, en El poema del Atlántico; El amanecer (1913) la carga masónica reside en el anuncio de la salida del sol por oriente, el inicio de la influencia espiritual sobre el mundo. En La noche (1917-1918), el último capítulo de las horas se ha pasado del júbilo de otras obras al temor y la oscuridad. Estamos en una fase alquímica conocida como obra al negro, la regresión al caos.
Poema de la tierra
En este grupo de pinturas tres de ellas inacabadas, Néstor se centra en los cuerpos adultos. Estamos probablemente ante el conjunto más atrevido de la pintura española de su época en lo que se refiere a la exhibición del cuerpo desnudo y al deseo homoerótico.
La serie presenta las cuatro estaciones del año y los momentos del día. La pareja de amantes parece un hombre y una mujer sobre un fondo de vegetación compuesto por un drago, unos cardones, una higuera del Himalaya y unas capas de la reina. una mirada atenta permite deducir que la anatomía de la mujer escapa escapa de las representaciones tradicionales y adopta formas asociadas a lo masculino. Al mismo tiempo, los cuerpos masculinos se retuercen y contorsionan en una gestualidad amanerada que se aleja de la ortodoxia varonil. De alguna manera, estaríamos ante la presentación de la androginia de la que habló Platón en El banquete o El simposio.
Una lectura en clave masónica nos llevaría a interpretar las posturas de las manos o los brazos como signos alusivos a la iniciación (el signo de la plomada o el del saludo).
La unión amorosa de los cuerpos contraviene con rotundidad la separación binaria estricta de los géneros que defendían los moralistas de la época, incluso de algunos reformadores como Gregorio Marañón. Néstor opta por fundir las características adscritas socialmente al cuerpo sexuado, lo que le permite hablar de la homosexualidad.
A la muerte del artista, el obispo de la diócesis de Canarias, Antonio Pildaín, comprendió las implicaciones sexuales y masónicas de este conjunto de obras e impidió que fuesen expuestas. El público isleño estuvo así privado de una obra que resquebrajaba los cánones morales de su tiempo.
Feminidades: entre la españolidad y el cosmopolitismo
Ha pesar de haber nacido en una familia pudiente, Néstor tuvo que ganarse la vida y conocía bien qué obras eran del gusto de los coleccionistas y qué demandaba el mercado. Las pinturas, dibujos y grabados que representan a la mujer española ataviada de maja o manola eran una tipología concreta de trabajos que permitía al artista lucir el dibujo y sentido cromático que había perfeccionado, a la par que trataba de subvertir los códigos que cosificaban la representación de la mujer subyugándola a la mirada masculina.
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Verbena, 1929 Requiebro, 1930 |
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Señorita Acebal, 1914 |
Néstor se inspiró en un cuadro enigmático, La Gioconda de Leonardo da Vinci, para pintar esta obra en 1914. La deuda con la pintura del maestro italiano queda patente en aspectos del paisaje del fondo, salpicado de riscos y cruzado por un río, aunque sin duda es la sonrisa de la Señorita Acebal la que remite directamente a la icónica pieza del Louvre.
Vista de perfil, la protagonista sostiene en su mano derecha una granada abierta que evoca el mito de Perséfone que da origen a las estaciones. Perséfone fue raptada por Hades, dios griego de los muertos y el inframundo. Su madre, Deméter insta a su hermano Zeus a liberarla del reino subterráneo; sin embargo, Hades tendiéndoles una trampa, consigue que Perséfone coma unas semillas de granada y, como consecuencia, no puede abandonar nunca del todo el inframundo, pues quien ingiere alimentos allí siempre debe regresar. Desde entonces, los meses en que Perséfone vuelve al mundo terrestre se inicia la primavera, impulsada por la alegría de Deméter, diosa de la tierra y de la agricultura. En este sentido, podemos ver en la granada un símbolo de muerte y resurrección. Se sabe, además, que los masones instalaban granadas abiertas en las columnas de la orden para marcar el umbral en el que se pasaba del espacio profano al sagrado, lo que refuerza el carácter ambivalente de la granada como espacio de tránsito.
El rostro de la protagonista resulta andrógino en sus facciones, especialmente en la zona del cuello. Podría relacionarse con las pinturas sobre Perséfone realizadas por el artista prerrafaelita inglés Dante Gabriele Rossetti, para las que tomó como modelo a Elizabeth Siddal encerrada en un matrimonio sin amor con el también artista William Morris.
También Salvador Dalí, admirador de Néstor, pudo haber tenido en mente estos simbolismos cuando concibió Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar (1944).
El talento escenográfico
Néstor permaneció en Madrid tras el éxito, en 1914, de su primera exposición individual en la ciudad, canalizando su creatividad en las disciplinas asociadas a la escena. En 1915, llega su primer encargo: el decorado y vestuario de El amor brujo de Manuel de Falla. En 1927, con la bailarina Antonia Mercé, la Argentinita, en Fandango del candil con música de Gustavo Durán. La pieza se llevó a escena en Francia y Alemania cosechando mucho éxito. El talento escenográfico de Néstor radicó en la fusión de vanguardia y tradición. La eficacia de esta combinación vuelve a repetirse en la producción Triana de los Ballets españoles de Antonia Mercé y música de Isaac Albéniz que en 1929 se presentó en la Opéra-Comique de París.
En julio de 1936, poco antes del estallido de la guerra civil, Alejandro Casona llevó a escena La sirena varada, una obra enormemente innovadora en términos de decorado en la que Néstor incorporó elementos alucinantes próximos al repertorio surrealista como son el ojo, la oreja, los labios o las alas.
Aunque la pintura fue para Néstor el medio fundamental de expresión artística, le apasionaron todo tipo de actividades creativas desde muy joven. Su madre, Josefina de la Torre y su tío, el barítono Néstor de la Torre, sin duda influyeron en su gusto por la música, mientras que su hermano Miguel inclinaría al artista hacia la arquitectura. |
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