jueves, 27 de septiembre de 2012

La leyenda de los siglos (Victor Hugo)


Victor Hugo

La leyenda de los siglos


 La época que a Victor Hugo le toco en suerte vivir conoció , como pocas, el cambio de parámetros que caracterizan el progreso técnico de la humanidad. Engañosos progresos algunos de ellos, que le llevaron a elevar un grito desabrido, contra los desmanes de los hombres, tan desquiciados como resueltos a devorarse entre sí.

 Con una mirada visionaria y fascinadora hasta el encantamiento, Hugo no sabe permanecer indiferente ante los desastres que azotan a la humanidad, dando lugar al nacimiento de una de esas enormes epopeyas negras iluminadas, de cuando en cuando, por un fulgurante rayo de sol.




 Frente a quienes, como Poe y Baudelaire, sostenían que el largo poema épico no era sino nefanda y anacrónica poesía, Víctor Hugo publicó, desde 1859 hasta 1883, tres series de largos poemas épicos que venían a contradecir esta crítica. Quizás las afirmaciones del poeta estadounidense y del autor de Las Flores del Mal no estuvieran faltas de fundamento; sin embargo Hugo osaba una empresa que sólo su genio podía acometer. Al concluir su Leyenda, el gran escritor francés declaraba: "Nunca he escrito nada tan bueno y nunca lo haré mejor".
 
 El éxito fue insospechado, hasta el punto de que pronto se agotaron los 6.000 ejemplares de la primera edición. Al ofrecer aquí una pequeña parte de esta magnifica Leyenda de los Siglos, un texto tan poco conocido en España que da una idea de la calidad poética del autor de Los Miserables, tentaros a leerla y disfrutarla, como me ha ocurrido a mí no hace mucho que la he leído por primera vez, y es uno de esos libros que destacan en nuestra biblioteca y la enriquecen.



La Leyenda de los siglos

       A Francia

 
Libro, que un viento te lleve
A Francia, donde nací.
El Árbol desarraigado
produce su hoja muerta.
                                              V. H.


La Visión De Donde Ha Salido Este Libro


Tuve un sueño: se me apareció el muro de los siglos.

Era carne viva mezclada con granito sin tallar,
Una inmovilidad hecha con las inquietudes,
Un edificio con ruido de toda la muchedumbre,
Agujeros negros estrellados de ojos feroces,
Evoluciones de grupos monstruosos,
Vastos bajorrelieves, frescos colosales;
El muro a veces se abría y dejaba entrever salas,
Antros donde se sentaban poderosos, vencedores
Embrutecidos por el crimen, borrachos por el incienso;
Allí había estancias de oro, de jaspe y de porfirio;
Y este muro se estremecía como un árbol con el céfiro;
Todos los siglos estaban ahí,
Con la frente ceñida de torres o de espigas,
Tristes esfinges sobre el enigma tendidas;
Los cimientos parecían vagamente animados;
Todo ascendía en la sombra; diríase un ejército
Petrificado con el jefe que lo conduce
justo cuando osaba trepar por la Noche misma;
Este bloque flotaba como nube que rueda;
Era una muralla y una masa ingente;
El mármol empuñaba el cetro y la espada,
El polvo gemía y la arcilla sangraba,
Las piedras que caían tenían forma humana.
La humanidad, con el soplo ignoto que la arrastra,
-Una y múltiple, Eva ondulante y Adán flotando-,
Palpitaba sobre este muro; y con ella el ser,
El universo y el destino, hilo negro que la tumba devana.
A veces el relámpago iluminaba de golpe
Millones de caras en la lívida pared.
Ahí veía yo esa Nada que llamamos Todo;
Los reyes, los dioses, la gloria y la ley,
Generaciones aguas abajo a través de las edades;
Y ante mi mirada se prolongaban sin fin
Las plagas, los dolores, la ignorancia, el hambre,
La superstición, la ciencia, la historia,
Como una fachada negra hasta perderse de vista.


Y este muro, hecho de todo lo que se derrumbó,
Se alzaba, escarpado, triste, sin forma.¿Dónde?
No lo sé. En cualquier lugar de las tinieblas.


No hay nieblas ni matemáticas que resistan,
En lo intrincado de los números y los cielos,
A la fijeza reposada y profunda de los ojos;
Contemplaba yo este muro, al principio vago y confuso,
Donde la forma parecía flotar como una ola,
Donde todo parecía vapor, vértigo, ilusión;
Y, bajo mi ojo pensativo, la extraña visión
Se hacía menos brumosa y mas clara, a medida
Que mi pupila se volvía menos turbia y mas segura.


¡Caos de seres ascendiendo del abismo al firmamento!
Todos los monstruos, cada uno en su lugar;
El siglo ingrato, el siglo horrible, el siglo inmundo;
¡Bruma y realidad!¡Nubarrón y mapamundi!
Este sueño era la historia abierta de par en par;
Cada pueblo con todos los tiempos como gradas;
Cada templo con todos los sueños como peldaños;
Aquí los paladines y allá los patriarcas;
Dodona cuchicheaba en voz baja con Mambré;
Y Tebas y Rafidín, y su roca sagrada,
Donde Aaron y Hur sostenían las dos manos de Moisés,
Mientras los judíos luchaban por la tierra prometida;
El carro de fuego de Amós entre los huracanes;
Todos estos hombres, mitad príncipes, mitad bandidos,
Transformados por la fábula con cólera o indulgencia,
Bañados por los rayos del relato popular,
Arcángeles, semidioses, cazadores de hombres,
Héroes de los Edas, de los Romanceros y los Vedas;
Esos cuya voluntad se yergue en hierro de lanza;
Esos ante quienes tierra y sombra guardan silencio;
Saúl, David y Delfos, y la cueva de Endor,
Donde se corta el pabilo con tijeras de oro;
Nemrod entre sus víctimas; Boz entre sus gavillas;
Tiberios divinos, grandes, estrellados y soberbios,
mostrando en la isla de Capri, en el foro, en los campos,
Los collares que Tácito en argollas transformaba;
La áurea cadena del trono que conducía al presidio.
Tenía este extenso muro vertientes como montañas.
¡Oh, noche! Nada faltaba en aquella aparición.
Todo estaba allí, materia, espíritu, lodo y lux;
Todas las ciudades, Tebas, Atenas, capas de Romas
Superpuestas en montones de Tiros y de Cartagos;
Todos los ríos, el Escaut, el Rin, el Nilo y el Aar,
El Rubicón exclamando a todos incluso al César:
"-Si sois aún ciudadanos , sólo lo sois hasta aquí".
Los montes se levantaban como negros esqueletos,
Y sobre ellos erraban horrorosos nubarrones,
Cual fantasmas que arrastraban a la luna hacia su centro.
La muralla parecía removida por el viento;
Todo eran cruces de llamas y de nubes muy oscuras,
Eran juegos misteriosos de claridad y de envíos
De sombra de un siglo a otro y del cetro a los paveses,
Donde la India acababa por convertirse en Alemania,
Donde Salomón tenía por reflejo a Carlomagno;
Todo el prodigio humano, negro, vago, ilimitado;
La libertad destruía toda quietud y reposo,
El Horeb con laderas abrasadas, el Pindo con verdes cuestas;


Hicetas antes que Newton, todos los descubrimientos
Paseando sus antorchas hasta el fondo de los mares,
Jasón sobre su bajel, Fulton sobre su vapor;
La Marsellesa, Esquilo,, y el ángel tras el espectro;
Capaneo está de pie a la puerta de su Electra;
Bonaparte está de pie sobre el puente de Lodi;
Cristo expira no muy lejos del aplaudido Nerón,
He ahí el horroroso camino que lleva al trono,
Pavimentado de muerte, furor, guerra, esclavitud;
¡Es el mismo hombre-rebaño! Este aúlla, aquél comete
Crímenes sobre un sombrío y tenebroso picacho,
El de más acá patea, ése blasfema, aquél sufre,
¡Ay! oía yo bajo mis pies, en el fondo del abismo,
Sollozar a las miserias con sus gemidos sordos,
Sombría boca insaciable que siempre se quejará.
Y sobre la visión lúgubre, y también sobre mí mismo
-Pues ahí yo me veía como al fondo de un espejo-,
Abría la vida inmensa su complicado ramaje;
Contemplaba las cadenas, voluptuosidades y males,
La muerte, los avatares y la metempsicosis,
Y en el oscuro monte bajo los seres y las cosas
Veía errar negro y risueño, con la mirada de fuego,
A Satanás, ese cazador furtivo del bosque de Dios.


¿Qué Titán había pintado este cuadro inaudito?
¿Quién pues había esculpido, sobre la pared sin fondo
De la sombra desplegada, este sueño que me ahogaba?
¿Qué brazo había formado con todas las fechorías,
Todos los duelos y llantos, todos los grandes terrores,
El gran encadenamiento de tinieblas animadas?
Este sueño- y yo temblaba-era una acción tenebrosa
Entre el mismo hombre y la inmensa creación;
Saltaban gritos brotando por debajo de las pilastras;
Salían brazos del muro con el puño hacia los astros;
La carne era Gomorra y el alma era Sión,
¡Sueño espantoso! Pues allí se confrontaba
Lo que fuimos con lo que somos;
Como en un infierno, como en un paraíso,
Las bestias se mezclaban por derecho con los hombres;
Los crímenes se arrastraban, agrandados por su sombra;
Y hasta las deformidades estaban en armonía
Con el trágico horror de estos frescos gigantes.
Y de nuevo allí yo veía el viejo tiempo olvidado.
Yo lo sondeaba. El mal estaba ligado al bien
Como están dos vértebras unidas entre sí.


Aquella muralla, bloque de fúebre oscuridad,
Subía en el infinito hacia una brumosa mañana.
Clareando gradualmente sobre el lejano horizonte,
Esta sombría visión, negro compendio del mundo,
Iba a desvanecerse en una profunda aurora,
Y, comenzando en tinieblas, acababa en resplandor.


La luz triste parecía pálida transpiración;
Y esta informe silueta parecía estar oculta
Por un vago torbellino de humaredas estrelladas.


Y mientras yo meditaba, con la mirada en el muro
Sembrado de almas, cubierto por un movimiento oscuro
Y por gestos feroces de un pueblo de fantasmas
Un rumor se levantó bajo las tétricas cúpulas,
Oí fuertes estruendos que provenían del cielo
En opuesta dirección a la del silencio eterno;
El firmamento que nadie puede abrir ni cerrar
Parecía apartarse.


El espíritu de la Orestia pasaba
Por el lado de la aurora, con un ruido salvaje,
En aquel mismo instante, por el lado de la noche,
Horrible genio espantado huyendo en un eclipse,
Formidable, venía el inmenso Apocalisipsis;
Y su doble estruendo a través de los vapores,
A mi derecha, a mi izquierda, se acercaba, y tuve miedo
Como si me aprisionaran los dos carros de la sombra.


Pasaron. Aquello fue una conmoción sombría.
Gritó el primer espíritu: ¡Fatalidad!
Y el segundo respondió:¡Dios! La eternidad oscura
Repitió estos dos gritos en sus fúnebres ecos.


Este paso pavoroso removió las tinieblas;
Con el ruido hecho por éstas, todo se tambaleaba;
Todo empezó a mezclarse y el muro sombrío se estremeció;
El rey se puso el casco y el ídolo la mitra;
Toda la visión tembló como si fuera un cristal
Cayendo en la inmensa noche, y se rompió en mil pedazos;
Cuando los dos espíritus, como dos pájaros grandes,
Hubieron al fin huido, en la extraña bruma de la idea,
Entonces la visión pálida reapareció agrietada,
Como si fuera un templo de enormes fustes en ruinas,
Dejando ver el abismo entre sus lienzos confusos.


Cuando volví a ver, después de que los dos ángeles
La hubieran roto chocando con sus extrañas alas,,
Entonces ya no era el muro prodigioso ni completo
Donde el destino se unía con la inmensa infinitud,
Donde agrupados los tiempos se ligaban con el nuestro,
Donde los siglos podían interrogarse uno a otro
Sin que ninguno se ausentara ni faltara a la llamada;
En lugar de un continente, era ahora un archipiélago,
en lugar de un universo, era ahora un cementerio;
A trechos se levantaba algún lúgubre peñasco,
Algún pilar estaba en pie, pero sin sostener ya nada;
Todos los siglos yacían truncados, mas sin junturas;
Cada época pendía desmantelada; ninguna
Quedaba sin desgarrones o sin enormes lagunas;
Y por doquier se pudrían sobre el pasado destruido
Estancamientos de sombra y aguazales de la noche.
No era ya, entre la niebla donde mi vista se perdía,
Más que la ruina deforme y vacilante de un sueño.
Semejante a una vaga imagen de un puente intermitente
Que se cae arco tras arco y al que le espera el abismo,
Semejante a una flota en peligro que zozobra;
Se parecía a la frase sombría e ininterrumpida
Que el huracán, tartamudo errante sobre los picos,
Recomienza sin cesar y sin terminar jamás.


Solamente el porvenir continuaba apareciendo

Sobre esos vestigios negros que un pálido oriente dora,
Y con apariencia de astro, se elevaba desde una nube
donde, sin ver rayo alguno, a Dios se presentía.


De la impresión tan profunda y tan grave que ha dejado
Este caos de la vida en mi oscuro pensamiento,
De esta visión inestable de todo el género humano,
Este libro me ha nacido, donde cerca del ayer
El mañana se entrevé, donde un poema tras otro
Refleja esta claridad pálida y vertiginosa.
Mientras mi cerebro la engendraba con dolor,
La leyenda en ocasiones se ha puesto a mi cabecera
Como hermana misteriosa de la siniestra historia;
Y las dos han dejado impreso su dedo en este registro.


¿Y qué es pues, actualmente, este libro traducido
Del pasado, del sepulcro, del abismo y de la noche?
Es la misma tradición caída por sacudidas
De las revoluciones que Dios desencadena y empuja;
Es lo que queda después de que la tierra ha temblado;
Escombros donde el futuro, vaga aurora, está mezclado;
Es la misma construcción de los hombres, casa en ruinas
De los siglos, que la sombra llena y la idea azulea,
Horrible palacio-osario en ruinas y habitado
Por la muerte y construido por la gran fatalidad.
Donde no obstante descansan a veces, cuando se atreven,
Por la manera en que el ala y el rayo de luz se posan,
La libertad, que es la luz; la esperanza, que es el pájaro;
Es el inconmensurable, es el trágico montón,
Donde por la brecha horrible, resbalan y se arrastran,
Antes de entrar en sus guaridas, los dragones y las víboras,
Y los negros nubarrones antes de elevarse al cielo;
Este libro es el resto horroroso de Babel;
Es la lúgubre Torre de las Cosas, el edificio
Del bien, del mal, de los lloros, del luto y del sacrificio,
Que, orgulloso en otros tiempos, dominaba el horizonte,
Y que hoy en día no tiene sino monstruosos pedazos,
Esparcidos y tumbados, perdidos en el valle oscuro;
Es la epopeya humana, áspera, inmensa-derruida.
                   
                                                                                           Guernesey, abril 1859


Funeral de Victor Hugo junio de 1885


Funeral de Víctor Hugo



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