martes, 19 de agosto de 2014

De El Bosco a Tiziano. Monasterio de San Lorenzo de El Escorial


Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial

Los Boscos de Felipe II

   El monarca conoció la obra del pintor durante una visita a los Países Bajos y a lo largo de toda su vida coleccionó cuantas obras pudo salidas de su mano. La mayoría se conservó en El Escorial. Otras se perdieron en un incendio en el palacio de El Pardo.

   El príncipe Felipe emprendió el Felicísimo Viaje siendo lo que se consideraba un hombre maduro: tenía 21 años, estaba viudo, era padre de un varón y durante cuatro años había gobernado España como regente en ausencia de su padre Carlos V. Sin embargo, su jornada tendría carácter de viaje iniciático, un Grand Tour para que conociese los Estados que un día heredaría. Hizo el periplo de Europa por Italia, Alemania y los Países Bajos, y encontró muchas maravillas, aunque nada le deslumbró tanto como los antiguos Estados de Borgoña. Los Países Bajos eran la nación más civilizada del mundo, solar de la pintura flamenca, de las mejores imprentas, de la más pujante industria y de ciudades con magníficos mercaderes y humanistas. 

   La fascinación del príncipe fue ayudada por los designios de su tía, la gobernadora María de Hungría. La hermana pequeña de Carlos V montó un fastuoso teatro para darle la bienvenida. Reconstruyó el palacio de Binche y encargó a Tiziano unas pinturas ad hoc de carácter colosal. Carlos V y su hijo fueron recibidos en la Gran Sala, un espaciode mil metros cuadrados decorado por las Furias de Tiziano, escenas de los espantosos castigos de quienes se rebelaban contra los dioses, en alegoría, a los príncipes rebeldes alemanes que el emperador acababa de derrotar en Mühlberg. Cualquiera se sentiría sobrecogido, excepto Carlos y Felipe. Lo que otros verían amenazante, para ellos era un homenaje. 

   Además de los artificios de María de Hungría, a Felipe le impactó la naturaleza de los Países Bajos, tanto de sus paisajes tan verdes, con las aguas domadas por el hombre, como de sus gentes tan exquisitas, su etiqueta, sus palacios, su música y su arte. Porque en Flandes cualquiera que fuese alguien, noble o burgués, poseía colecciones de arte, libros o antigüedades -solamente en Amberes estuvieron registradas 129 colecciones privadas.
 


Flechazo en Bruselas

   Si cualquier buen burgués mantenía su galería de pinturas, puede imaginarse lo que habría en el magnífico palacio de Nassau en Bruselas. Fue allí donde Felipe contempló una obra que le conmovería como un epítome de la fascinación de los Países Bajos, un gran tríptico "imposible de describir a quien no lo havisto", según el secretario del cardenal Luis de Aragón, que solo alcanzó a explicar que estaba lleno de "cosas tan agradables y fantásticas". Era conocida con el críptico nombre de Tríptico del Grial, aunque hoy la llamamos El jardín de las Delicias", la obra más notable de Hieronymus van Aken, el Bosco, de la que Felipe se debió enamorar de inmediato, aunque tendría que esperar cuarenta y dos años y una guerra para poseerla.

   Felipe II volvió a España en 1559, tras pasar siete de los últimos once años fuera, la mayor parte del tiempo en Flandes o Inglaterra, donde había sido rey cuatro años. Ahora lo era de España, el rey más poderoso del mundo. Enseguida puso en marcha sus dos proyectos más importantes en política interior, instalar la capital en Madrid y construir El Escorial.


 
   
Victoria sobre Francia

   En el segundo puso más ilusión. No se trataba solo de levantar un monumental palacio-monasterio que conmemorase su victoria sobre Francia y sirviese de panteón real, quería reproducir el  amable Flandes de su juventud. Trajo jardineros, ingenieros e hidrógrafos de los Países Bajos para que recreasen en lo posible el húmedo paisaje de allá, rodeando El Escorial de embalses, lagunas artificiales y jardines a la flamenca. Para reforzar aquellas visiones colgó en sus paredes paisajes de Patinir y vistas de ciudades belgas. Emular a los mecenas de los Países Bajos no le resultó difícil a monarca tan magnífico, que sobrepasó en El Escorial cualquier colección flamenca, porque heredó quizá la más importante de aquellas, la de la gobernadora María de Hungría. Como señala Parker, entre 1563 y 1598, Felipe II acumuló en El Escorial unas 1.150 pinturas, gastándose la friolera de 80.000 ducados. Y eso que muchas eran heredadas, regaladas o confiscadas a los rebeldes de los Países Bajos.

   Pieza esencial para revivir su Flandes añorado eran las pinturas del Bosco, lo que explica su acumulación en la colección filipina, una afición que ha suscitado infinidad de peregrinas especulaciones. Algunos han buscado razones esotéricas y mágicas; los adeptos a la tópica figura negativa de Felipe II pretenden que era el gusto de un pervertido por las imágenes monstruosas, pornográficas y sádicas que pueden encontrarse en el universo bosquiano, y la falta de rigor riza el rizo en Pellegrino Orlandi, que publicó a principios del siglo XVIII que el gusto del Bosco por duendes, trasgos y diablos se desarrolló en El Escorial, lugar siniestro para la Leyenda Negra, aunque el pintor murió medio siglo antes de su construcción.

   El Bosco había sido a principios del siglo XVI el pintor más caro y apreciado de los Países Bajos, símbolo de excelencia y modernidad, un artista solo para las élites que trabajaba poco y por encargo. Ser su mayor coleccionista -en 1574 Felipe II poseía ya treinta y tres boscos- debía proporcionar al rey parecida satisfacción a ser soberano de la Orden del Toisón de Oro.

   Felipe II apreciaba la novedad del Bosco, su realismo y profundidad psicológica, y decía que si los demás pintaban a los hombres como querían ser, él los pintaba como eran. Coincidía la apreciación del rey con la del primer especialista que hubo sobre la pintura del Bosco, Felipe de Guevara, que le consideraba en sus Comentarios de la Pintura "observantísimo del decoro (que) había guardado los límites de la naturaleza cuidadosamente". Luis Reyes
 
 

El gusto español

   El Bosco no se prodigaba, aunque fuese muy solicitado. Llama la atención por eso la repetida conexión que tuvo con España y los españoles, que culminaría con Felipe II y nos permite disfrutar ahora de tantos boscos, pese a los expolios. 
La explicación está seguramente en las intensas relaciones comerciales y culturales que se establecieron al final de la Edad Media entre Castilla y Flandes, que luego se transformarían en alianza dinástica. La impulsora de esa unión, Isabel la Católica, aparece como un punto de referencia en el coleccionismo del Bosco.  
   La bisabuela de Felipe II fundó la colección real, con una galería de pintura italiana y flamenca de 250 o 300 obras. Sabemos poco de ella, pero incluía las primeras pinturas del Bosco en España, como señaló Sánchez Cantón. "Dos san Antón con diablerías, una mujer desnuda cubierta de pelo en un prado y un Crucificado". Juan Velázquez, testamentario de la Reina Católica, señalaba que la tabla  de la mujer desnuda de cabellos largos tenía "un letrero que dice Jeronimus".
   Embajador de Isabel fueron don Juan Manuel de Villena, afortunado comprador de un Descenso a los infiernos autógrafo del Bosco. Curiosamente, los dos mecenas más importantes de Flandes eran los hijos políticos de Isabel la Católica: Margarita de Austria, breve princesa de Asturias, poseía unas Tentaciones de san Antonio del Bosco, regalo de una dama de la infanta Leonor; su hermano Felipe el Hermoso también tenía otras Tentaciones -el argumento más repetido del Bosco-, y encargó un tríptico de El Juicio Final de nueve por once pies, la mayor pintura del Bosco, que desapareció. Quizá haya un fragmento en Múnich y una copia en Viena, en la que aparece en la puerta Santiago, patrón de España.
Una dama de la Grandeza de Castilla, doña Mencía de Mendoza, esposa del príncipe de Nassau, poseyó un tríptico de la Coronación de espinas del taller del Bosco que se trajo a Valencia, al casarse en segundas nupcias con el virrey don Fernando de Aragón.
   Los mayores mecenas españoles del Bosco fueron los Ladrón de Guevara, linaje al que pertenecieron Diego y Felipe de Guevara. Don Diego fue otro de esos nobles castellanos que andaban entre las cortes de Castilla, Flandes y el emperador Maximiliano, para terminar sus días de servicio con Carlos V. Exquisito coleccionista, fue mayordomo de Felipe el Hermoso, a quien aconsejó encargar El Juicio Final, y además tenía una relación personal con el Bosco, puse ambos eran miembros de la Cofradía de Nuestra Señora de 's-Hertogenbosch. Su hijo Felipe de Guevara reunió la mayor colección del Bosco de la época -después de la real, a la que acabó engrosando. R. L.
   
Alonso Sánchez Coello
Felipe II, 1566. 
Kunshistorisches. Museum de Viena
(Copia de Antonio Moro. Monasterio de El Escorial)


El genio en su ciudad natal

   Ante las enigmáticas pinturas , uno puede preguntarse cuáles fueron sus fuentes de inspiración para crear un universo tan singular y fascinante. No resulta fácil encontrar respuestas certeras, dada la escasa información que nos ha llegado sobre su vida. Lo que sí parece claro es que el Bosco, hijo y nieto de pintor, desarrolló toda su carrera en su ciudad natal, 's-Hertogenbosch, más conocida como Den Bosch o Bolduque, en español.

   No sabemos si tuvo oportunidad de viajar a otro lugar, pero desde luego fue en Bolduque donde hizo su aprendizaje y desarrolló su actividad artística, realizando las obras extraordinarias que hoy nos siguen cautivando. En esta ciudad, situada en el sur de los Países Bajos, se encontró en un entorno bastante favorable y muy ilustrado, inmerso en lo que podríamos denominar  la cultura urbana de la Baja Edad Media.

   A finales del siglo XV, Bolduque era una de las cuatro principales urbes del Brabante, y su población había pasado de los 11.675 habitantes en 1464 a los 17.280 en 1496. La ciudad gozaba por entonces de una relativa prosperidad, lo que favoreció la actividad de numerosos artesanos, artistas y arquitectos.

   Durante los siglos XIV y XV se establecieron en Bolduque un gran número de conventos y cofradías, una circunstancia que daría lugar a la construcción de nuevas iglesias y capillas. Junto a las comunidades religiosas, los gremios y las diferentes corporaciones encargaban con frecuencia algunas obras de arte, dando trabajo no solo a pintores y escultores, sino a maestros artesanos de todas las disciplinas, como grabadores, orfebres, escribanos, bordadores, iluminadores y vidrieros, sin olvidar a los fundidores de campanas de gran renombre en la capital de Bravante.
 

El Bosco. Cristo coronado de espinas,1500

 El taller familiar
 
   Es muy probable que el taller familiar que Hieronymus van Aken compartía inicialmente con su padre Anthonius van Aken y con sus dos hermanos Jan y Goessen, ejecutase, tanto para la iglesia como para las autoridades locales y los clientes particulares de Bolduque numerosos encargos en los que él también participó.

   En 1462, cuando tenía 12 años, sus padres habían comprado una casa en la plaza Mayor, la zona más céntrica y concurrida de la ciudad. Este lugar constituyó el epicentro de su creación, ya que cuando se casó con la hija de un rico mercader, en 1481, se fue a vivir a la mansión de sus suegros, situada en la parte más exclusiva de la plaza.

   A lo largo de su vida, el Bosco pudo llevar una existencia bastante holgada, frecuentando a la élite de la sociedad de su época. Gracias a este matrimonio y a su ingreso como miembro de la Cofradía de Nuestra Señora (h. 1486-87), el Bosco logró alcanzar un estatus social superior, al tiempo que conseguía afianzarse como un pintor de gran prestigio para la alta burguesía y la nobleza.
  

Hieronymus Bosch
Cristo con la cruz. Óleo sobre tabla, 1505-7


   Aunque el Bosco murió en su ciudad natal, su éxito y su fama se prolongaron durante la segunda mitad del siglo XVI y todavía fueron frecuentes, sobre todo en el ámbito nórdico, las repercusiones de su arte hasta bien entrado el siglo XVII. Baste recordar al respecto las obras bosquianas de Teniers o las estampas de Jacques Callot.

   Junto a Tiziano, el Bosco era el artista que más ampliamente comentó el cronista de El Escorial, Fray José de Sigüenza: "Quiero mostrar ahora que sus pinturas no son disparates, sino unos libros de gran prudencia y artificio, y si disparates son, son los nuestros, no los suyos y, por decirlo de una vez, es una sátira pintada de los pecados y los desvarios de los hombres".
 

Las tentaciones de san Antonio. Bruselas,h. 1550-70, tapaiz de oro, plata, seda y lana.
Patrimonio Nacional, Monasterio del Escorial.

  
El coro y la sacristía de capas

   Las ceremonias, imprescindibles para un rey que fue calificado como "una pura ceremonia" impregnan la arquitectura, la pintura y las artes decorativas del monasterio. La exposición muestra una amplia selección de estas obras, que conforman un auténtico "estilo escurialense".
El coro lugar donde se disfruta la mejor visión posible, incluido el altar mayor (arquitectura de Juan de Herrera, esculturas de Leoni, pinturas de Federico Zuccaro y Pellegrino Tibaldi) adornado con magníficos frescos de Rómulo Cincinnato y Luca Cambiaso.


Real Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo del Escorial

  La biblioteca de El Escorial es una de las más completas e importantes del mundo. No por la cantidad de libros expuestos en sus estanterías, ya que su riqueza bibliografíca a penas alcanza los 50.000 volúmenes, sino por su indiscutida calidad, siendo especialmente valiosas sus colecciones de manuscritos árabes, hebreos y latinos.

   La sala abierta al público es una sala abovedada de 54 metros de longitud por 9 de anchura. La altura de sus bóvedas es de 10 metros. Estas y las paredes laterales, fueron pintadas en el siglo XVI por Tibaldi y Bartolomé Carducci.


Patio de los Evangelistas, el principal del convento
Templete obra de Juan de Herrera

   El Patio de los Evangelistas posee uno de los jardines más bellos del edificio, una de sus mejores arquitecturas y el famoso templete obra de Juan de Herrera, con las esculturas de los evangelistas, obra de Antonio Monegro, que residen cuatro estanques alrededor de esta pequeña construcción.


Templete de los cuatro evangelistas
Mateo, símbolo el Ángel

 Juan, símbolo el águila
 
Lucas, símbolo el buey

Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial

   La historia del Monasterio distingue con meridiana diferencia las huellas dejadas por cada una de las de las dos familias dinásticas que han reinado en España. El Escorial debe a los Austrias su construcción y consolidación, por lo que ha de reconocerse que todos contribuyeron a enriquecer el legado arquitectónico y artístico dejado por Felipe II. 
 

 

 



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