viernes, 23 de noviembre de 2012

Una Navidad. Truman Capote / La historia de Willie el Vagabundo. Walter Scott



Truman Capote  y la actiz Jennifer Jones descansan en el set de "La burla  del diablo", película de John Huston, en Ravell, Italia, en abril de 1953. Fotografo: Robert Capa.




   El recuerdo de Navidad de Truman Capote (el apellido procede del segundo matrimonio de su madre), nacido en 1924 en Nueva Orleans y fallecido en Los Ángeles en 1984 como autor reconocido en todo el mundo, es una de las historias de Navidad más conmovedoras de la literatura moderna. Valiéndose de recursos de estilo de la short story, Capote rememora los lejanos días de su infancia.
   La historia evoca con gran intensidad en la conciencia del escritor el asombro, los sueños y la admiración infantiles, que sin duda para cada uno de nosotros aparecen vinculados a los recuerdos de Navidad. De nuevo conjura el poder de su fantasía infantil, de nuevo le duelen las decepciones y heridas de aquellos años; pero gracias a la maravillosa explicación de su querida y protectora Sook: "Todo el mundo es Papá Noel", los temores de entonces se desvanecen.
Con el calor maternal y la sagacidad de una mujer sencilla, Sook sabrá disolver las angustias del niño. Al final de la historia aparece una declaración de amor al padre.
   Con esta pequeña historia de Navidad, Capote ha erigido un eterno monumento a su querida Sook. En otro texto, el escritor nos cuenta lo digna de confianza que debió ser está mujer, que sólo conocía la Biblia y los cuentos de Grimm, pero cocinaba para el pequeño Truman los manjares más exquisitos, empleando las hierbas y especias más refinadas.
Solo ella podía deparar al niño aquella seguridad y ayuda que, por lo demás, solamente había encontrado en su compañera de juegos Harper Lee, quién también se convertiría más adelante en una escritora famosa, cuya novela "Quién molesta al ruiseñor" fue un gran éxito en todo el mundo.
   Su propia madre nunca tuvo mucho tiempo para dedicarle al pequeño Truman, por lo que pronto lo dejó bajo la protección de su familia, de modo que Truman Capote creció en parte casi como un huérfano.




   Esta pequeña historia proporciona una clave para la comprensión de uno de los escritores más interesantes de la literatura norteamericana.
A menudo el público sólo conoce la festiva novela de Capote "Desayuno en Tiffany's" o la "novela de hechos", de tan distinta índole, "A sangre fría" (1965).
   Como es sabido, Capote fue considerado "niño prodigio" de los Estados del Sur, más adelante se convirtió en el vivo enfant terrible de la sociedad de Nueva York.
   Pero su alma sumamente delicada, su conciencia romántico elegíaca y soñadora y su penetrante mirada en lo referente a los anhelos ocultos de los hombres, hicieron de él un escritor muy contradictorio.
   Esta narración escrita en 1982, dos años antes de su muerte, se sitúa en la encrucijada de ambos polos de su obra. Y no sólo por eso se trata de una pequeña obra maestra muy personal. M.W.

(...) Para empezar, un breve prólogo autobiográfico. Mi madre, que poseía una inteligencia extraordinaria, era también la muchacha más bonita de Alabama. Lo decía todo el mundo y era cierto. Cuando tenía dieciséis años se casó con un hombre de negocios, de veintiocho, procedente de una buena familia de Nueva Orleans. El matrimonio duró un año. Además de ser demasiado joven para cumplir como madre y como esposa, mi madre tenía también demasiadas ambiciones: quería ir a la universidad y estudiar una carrera. (pág.7)


 (...) Sook fue quien me habló de Papa Noel, de su larga y frondosa barba, de su traje rojo, de su cascabeleante trineo lleno de regalos, y yo la creía...(pág. 11)

 (...) No se que me aterraba más, si el trueno, el centelleo zigzagueante que lo remató...o mi padre. Aquella noche, cuando me fui a la cama seguía lloviendo. Recé mis oraciones y rogué a Dios que me permitiese volver enseguida a casa para reunirme con Sook. (Pág. 16) 

(...) Siempre me prometía pasarme la Nochebuena en blanco. Deseaba estar despierto para oír las danzantes cabriolas de los renos en el tejado y esperar a Papá Noel al pie de la chimenea, para saludarle y estrecharle la mano...(Pág. 30)




Walter Scott
La historia de Willie el Vagabundo

(Wandering Willie's Tale, 1824) 

En este cuento histórico de Walter Scott sobre la Escocia del siglo XVII, el más allá se asemeja por completo a la existencia que las almas condenadas llevan en vida: es un infierno feudal en el que se come, se bebe y se baila. Pero el ser vivo que por una intercesión autorizada (el diablo bajo la forma de un gentilhombre a caballo) pudiera pisar ese mundo, deberá guardarse de las tentaciones que allí se le ofrecen. ¡Ay de él si se lleva a los labios la flauta escocesa que se le pide tocar! Está incandescente por el fuego infernal. Y si acepta acercar a sus labios comida o bebida, jamás podrá volverse atrás.
  La prohibición de probar la comida del país de los muertos es una vieja creencia de la que encontramos huellas tanto en Homero (Ulises y los Lotófagos) como en las religiones orientales. 
  Las leyendas y las tradiciones locales constituyen una de las inagotables fuentes de la literatura fantástica. Aquí lo sobrenatural de las leyendas religiosas se mezcla con el arte de la novela histórica, del que Walter Scott (1771-1832) puede considerarse precursor; a ello se añade la agilidad del relato contado de viva voz y un antecedente de historia policíaca. otro elemento inesperado: el papel importante que juega un mono, animal que desde Bandello y el Renacimiento sirve a los efectos del género fantástico. Italo Calvino 



 (...) Redgauntler era partidario de emplear mano dura y su nombre era tan conocido en el país como los de Claverhouse o Tom Dalyell. Ni valle, ni ladera, ni montaña, ni cueva servían para ocultar a la pobre gente de las montañas cuando Redgauntler salía en su persecución con cuernos de caza y sabuesos, como si de ciervos se tratase... (Pág. 11)

  (...) A media noche, cuando la casa estaba silenciosa como una tumba, se oyó el sonido del silbato, tan claro y penetrante como si Sir Robert estuviera tocándolo, y allá que se levantaron los dos...(Pág. 22)



 

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