viernes, 7 de noviembre de 2025

Raimundo de Madrazo y Garreta


 Raimundo de Madrazo y Garreta (Roma, 1841-Versalles, 1920) pertenece a la saga de artistas españoles más importante del siglo XIX. Nieto del pintor neoclásico José de Madrazo e hijo de Federico de Madrazo, el más destacado retratista del Romanticismo español, Raimundo era también cuñado e íntimo amigo de Mariano Fortuny. Además de ser descendiente directo de dos pintores de cámara y directores del Real Museo de Pintura y Escultura (actual Museo del Prado), conformaban su entorno familiar otros pintores, arquitectos, literatos y críticos de arte. Este ambiente, sin duda, influyó en la configuración de su personalidad, al mismo tiempo que desdibujó su singularidad artística.
 
La conversión de san Pablo 1857-59

Asentado en París de forma permanente desde 1862, Raimundo de Madrazo rompió con la tradición que dictaba seguir los pasos de la carrera artística oficial presentando grandes composiciones de temas de historia a las exposiciones nacionales e internacionales. Optó, en cambio, por la vía del lucrativo mercado artístico, que alentada por la nueva burguesía adinerada, demandaba escenas de género en las que personajes anónimos protagonizan escenas intrascendentes en unos escenarios pintados con preciosismo.
 
Estudio de los Madrazo en la calle Alcalá 1856-1858

El pintor fue testigo privilegiado del vibrante escenario artístico del París del último tercio del siglo XIX, en el que convivieron las corrientes académicas que apoyaban los certámenes oficiales junto a nuevas tendencias creativas, como el impresionismo, que abrieron las rutas alternativas que derivarían en las vanguardias de principios del siglo XX. En gran parte ajeno a ambas orientaciones, Raimundo representó el denominado juste milieu, una pintura de vía intermedia que tuvo gran aceptación entre el público y los coleccionistas. 
Sus cuadros de género y retratos mundanos, ejecutados con gran virtuosismo y una técnica impecable, si bien se correspondían con el gusto del momento, no gozaron de fortuna crítica en el relato de la modernidad artística.
 
Ataúlfo, 1858. Museo del Prado

Descandiente de una de las más reputadas sagas de artistas del Madrid isabelino, Raimundo de Madrazo nace en Roma en 1841, donde su padre, el pintor Federico de Madrazo, completaba su formación. Un año más tarde, se traslada con su familia a Madrid y, ya desde su infancia, destaca en la práctica del dibujo, disciplina en la que fue formado por su progenitor y por su abuelo José de Madrazo, quienes la consideraban fundamento de toda creación artística. Con tan solo trece años, el joven ingresa en la Escuela de Bellas Artes de san Fernando, convertido ya en la gran esperanza de los Madrazo como continuador de la tradición familiar.
 
Federico de Madrazo y Kuntz. El hijo del artista 1875
 
(Detalle)

Las obras de adolescencia de Raimundo de Madrazo son reflejo de las enseñanzas académicas de la escuela, tanto en la elección de los temas, en los que destaca el género histórico o religioso, como en la factura, con predominio del dibujo y del equilibrio en las composiciones. De este periodo destaca el gran lienzo La traslación de los restos del apóstol Santiago a la sede de Padrón, presentado en una exposición regional en Sevilla y que pone ya de manifiesto el avanzado nivel de composición, color y representación de paisaje alcanzado por el autor a sus dieciséis años. Asimismo, en 1858, realiza por encargo de su abuelo el gran lienzo Ataúlfo, rey de los visigodos, dentro de la Serie Cronológica de los Reyes de España.
 

Al terminar los estudios en la Real Academia de san Fernando, y a pesar de sus excelentes calificaciones, el pintor renuncia a optar a una plaza de pensionado en Roma, con el fin de evitar las posibles críticas de su padre, que ostentaba importantes cargos en la escena artística oficial como profesor de la Academia de san Fernando y director del Museo del Prado. Fiel a la tradición familiar, decidió entonces continuar su formación en París, como hicieran su padre y su abuelo, aunque, a diferencia de ellos, se establecerá de manera definitiva en la capital francesa.
 
Las hijas del Cid, 1865

Los primeros años en París, en 1862, Raimundo de Madrazo llega a París con el objetivo de completar su formación artística. Tras una breve estancia en el taller del pintor académico Léon Cogniet y de ingresar en la École des Beaux-Arts, decide abandonar la institución al poco tiempo, insatisfecho con sus enseñanzas. En estos momentos, el joven pintor aún trataba de responder a los anhelos de su padre, que le había puesto en contacto con sus conocidos de la capital y le instaba a dedicarse a la pintura con temática histórica, lo que le permitiría concurrir a las grandes exposiciones nacionales e internacionales.
Así, al poco de su llegada, Raimundo enviaba a Madrid, para la aprobación de su padre, el boceto del cuadro La muerte de don Lope de Haro en las Cortes de Alfaro, que plasmaba un cruento episodio de la historia medieval española. De nuevo asesorado por su padre, en 1864 abordó un nuevo lienzo de asunto histórico, La apertura de las Cortes de 1834, destinado a decorar el techo del gran salón de la residencia parisina de los duques de Riánsares, y un año después realizó Las hijas del Cid, uno de sus últimos intentos por complacer los deseos de su paternos.
 
Raimundo de Madrazo, según obra de Eugéne Delacroix, 1863 
 
En 1866, sin embargo, el pintor comunicó a su progenitor la decisión de abandonar los grandes temas de historia para centrarse en la pintura de género. Esta elección le permitiría codearse con la burguesía en ascenso que valoraba las escenas costumbristas y domésticas. Representadas generalmente en obras de pequeño formato -los llamados tableautins- que gozaban de gran éxito comercial, estas composiciones eran promovidas por marchantes como Adolphe Goupil en un momento en el que el mercado artístico se encontraba en pleno desarrollo en la capital francesa. 
Confidencias es uno de los primeros ejemplos de esta nueva orientación en la obra de Raimundo de Madrazo, que se consolidó como pintor de éxito en el panorama cosmopolita. Aunque su padre aceptó con cierta resignación este giro, el respeto mutuo quedó reflejado en los retratos que se dedicaron años más tarde.
 

Fortuny y Madrazo. Amistad, preciosismo e imagen de España 
En 1867, Mariano Fortuny contrajo matrimonio con Cecilia de Madrazo, hermana de Raimundo. Reforzada por este vínculo familiar, la relación de amistad que ya existía entre los dos pintores se volvió, si cabe, aún más estrecha. Los distintos viajes y estancias que compartieron se materializaron par Raimundo de Madrazo en etapas de gran libertad creativa bajo la influencia del estilo preciosista de su cuñado.
 
Giovanni Boldini. Cecilia de Madrazo, 1882.

Los dos artistas viajaron juntos en 1868 a Sevilla, donde Madrazo centró su mirada en los espacios del Alcázar creados durante las etapas cristianas, como el pequeño oratorio de la reina Isabel la Católica. Además de las vistas del palacio, ambos ejecutaron otras de distintos rincones de la ciudad, dotadas de vibrantes toques de color y detallismo preciosista, como muestra una pequeña tabla de Fortuny Raimundo de Madrazo pintando en el palacio del duque de Alba en Sevilla.
 

En 1872, Raimundo de Madrazo visita de nuevo Andalucía, primero Sevilla y luego Granada, donde el matrimonio Fortuny se había establecido. Esta estancia resultó especialmente fecunda en cuanto al número de obras realizadas. Dando respuesta a la elevada demanda comercial de imágenes del exotismo español, el pintor acometió una serie de tipos femeninos andaluces que habrían de cosechar un gran éxito en el mercado artístico parisino.
 

La influencia de Fortuny está presente también en sus vistas del interior de la iglesia de Santa María della Pace, elaboradas con gran detallismo y vibrante colorido, que Madrazo realiza en 1868 durante una visita al matrimonio en la capital italiana. El temprano fallecimiento de Fortuny en 1874 terminará con los años de colaboración e intercambio artístico entre ambos pintores, convirtiendo a Raimundo de Madrazo en cabeza de los artistas españoles establecidos en París. Del inventario de bienes del estudio romano de Fortuny se ocuparon, entre otros, sus cuñados Raimundo y Ricardo de Madrazo, en nombre e Cecilia. Con el tiempo, los tres hermanos se convertirían en los mejores custodios de la obra y memoria del artista.
 

Durante la segunda mitad mitad del siglo XIX se fue asentando un gusto burgués que valoraba en la pintura las pequeñas escenas domésticas por encima de las gestas del pasado. En consecuencia, los protagonistas de la gran pintura de historia dejaron paso a personajes anónimos en situaciones sin especial trascendencia y de entorno íntimo. 
 

(Detalle)

Raimundo de Madrazo supo interpretar este nuevo gusto, influido sin duda por el universo de Mariano Fortuny y el éxito de su lienzo La vicaría. Este tipo de cuadros, se concibieron como objetos verdaderamente preciados que se exhibían en los gabinetes. En interiores con cuidadas puestas en escenas, unos personajes de gran belleza lucían sus poses y atuendos enmarcados en un exquisito mobiliario de época, tapices, platos de cerámica hispano-morisca o accesorios traídos de China y Japón.
 
La siesta, 1875
 

Desde 1870, Madrazo se dedicó a elaborar estas escenografías, en las que poco a poco redujo el número de personajes -majas, guitarreros, clérigos y toreros de filiación goyesca-, hasta condensar el protagonismo en una única figura femenina, que con su presencia evocaba el exotismo andaluz o la elegancia francesa, de lo que es ejemplo Dama con loro. Concebidas como pequeñas pinturas decorativas, las figuras que Madrazo pinta van cayendo en la nonchalance, término francés que define una actitud cercana al abandono y la indolencia.  
 
Aline Masson con tocado de flores, 1878-80
 
La elevada demanda del mercado obligó al pintor a simplificar sus composiciones; los interiores pasaron a ser sencillos fondos neutros sobre los que las figuras femeninas exhibían su belleza. Junto a estas obras, que desvelan el interés por la pintura del siglo XIX por invadir la intimidad ajena, las escena de baile y la captación preciosista de la vida mundana del París de fin de siglo fueron también temas con los que Raimundo de Madrazo cosechó éxito durante este periodo y suponen el punto álgido de su pintura de género.
 
Salida del baile de máscaras, 1885


(Detalle)


 Retratista por excelencia, a partir de la década de 1880, Raimundo de Madrazo abandona progresivamente la pintura de género para dedicarse de manera casi exclusiva al retrato, género que en esos momentos estaba conociendo su declive. Además de la indiscutible fuerza y calidad técnica de sus efigies, las identidades de los retratados testimonian, casi sin excepción, la selecta clientela que acudió al estudio del pintor, cuya reputación se asociaba a la elegancia, la moderación y el virtuosismo.
 
Elegancia y juventud, 1880

La exposición Universal de 1878 significó un punto de inflexión en la carrera del artista: en ella se consagra su fama al obtener una medalla de primera clase y la condecoración de la Cruz de caballero de la Legión de Honor. De las catorce pinturas con las que concurrió, cinco fueron retratos. 
 
Aline después de una cita placentera, 1880

Durante la siguiente década, ya posicionado en el circuito de los mejores retratistas de París, Madrazo realiza algunas de sus obras más importantes de toda su producción. Especialmente notoria es la dedicada a Rosario Falcó y Osorio, duquesa de Alba, obra que alcanzó una gran popularidad a lo largo de la carrera del pintor, junto a los diversos retratos de miembros de la alta sociedad y la realeza, como el segundo marqués de Casa Riera o el de la reina María Cristina.
 


La amplia red de contactos con que contaba el artista también se materializó en el encargo de retratos de destacados miembros de la sociedad francesa, entre los que se cuentan los tres que realizó de la marques d'Hervey de Saind Denys.
 


Mayor austeridad revisten sus efigies de personajes pertenecientes al mundo diplomático; en muchas de ellas se puede contemplar la lección aprendida de Velázquez, con fondos neutros sobre los que destaca la figura.
 

 
 


 
 
 
 
 
 

jueves, 6 de noviembre de 2025

Obelisco inacabado. Abu Simbel.


El obelisco inacabado
Las antiguas canteras cerca de Asuán se extendían seis kilómetros a lo largo del río Nilo, más o menos un kilómetro hacia el interior, al sureste del río. El granito rojo fue el material preferido para la construcción de pirámides y monumentos.
Aunque frecuentemente es atribuido a la reina Hatshepsut, lo cierto es que nadie sabe cuándo fue construido. También se explica que las grietas en el material provocaron la interrupción del trabajo, aunque las detectadas no son mucho mayores que las que encontramos en otros obeliscos. La cara inferior del obelisco todavía está conectada a la masa de roca en la que fue tallado.  
 

El mayor auge del uso del granito fue durante el Reino Antiguo. Keops revistió la cámara funeraria de la gran Pirámide de granito rojo. El programa de construcciones de Kefrén incluyó el revestimiento de la base de su pirámide, su templo funerario y su templo del valle junto a la Esfinge; Micerino mandó revestir de granito la base de su pirámide y su templo funerario. El volumen total del granito rojo extraído en ese momento se calcula en alrededor de cien mil metros cúbicos.
Con esta dura piedra se hicieron sarcófagos, revestimientos, pilares monolíticos y columnas bellamente talladas y decenas de obeliscos de muchos metros de altura.
 

El obelisco inacabado se encuentra en el interior de una amplia zanja en la zona norte de las antiguas canteras. Su altura supera los cuarenta y un metros, con una base cuadrada de más de cuatro metros de lado. Y su peso estimado es de mil ciento sesenta y ocho toneladas. De haberse llegado a elevar, habría sido el obelisco más grande de la antigüedad. 
El obelisco y las propias canteras, han ofrecido a los investigadores valiosa información sobre las técnicas de trabajo de los antiguos egipcios. 
 
 


 
Abu Simbel
 
¡Hágase inmenso! Así debió de ordenar Ramsés II la construcción de esta imponente obra! 

Abu Simbel, situado al otro lado del Trópico de Cáncer y descubierto en 1817, es sin duda la que más impresiona, la más impresionante. la espectacular fachada de roca del gran templo con los colosos sentados. Evocan la ópera Aída, de Verdi, estos monumentos serán inolvidables incluso para los que no son románticos.
 

El traslado de Abu Simbel
Desde 1968 el templo de Abu Simbel está 200 metros tierra a dentro y 64 metros por encima de su anterior nivel. En su lugar original la segunda catarata del Nilo amenazaba con inundarlo al construir la presa, se tuvo que mover piedra a piedra en un trabajo que duró tres años.
 

Un reto técnico como este no se había conocido antes. había distintas soluciones. Mientras los franceses querían construir una presa para proteger el templo y los italianos elevarlo sobre una plataforma de hormigón, Suecia y Egipto pensaron que era más sencillo desmontarlo y reconstruirlo en otro lugar.
 




Un consorcio internacional de la construcción formado por 40 equipos de ingenieros llevó a cabo esta última propuesta exactamente en el año 1964. El templo fue reconstruido por especialistas italianos en mármol de Carrara, que se encargaron de cortar los bloques de 20 toneladas, cargarlos en camiones y transportarlos a su nuevo emplazamiento.
 
 
 

 El proyecto costó unos 40 millones de dólares. Se movieron más de 17.000 bloques que fueron colocados con un error máximo de un milímetro. Todos los trabajos se realizaron con gran premura. El agua del embalse subía rápidamente, y en noviembre de 1964 llegó a dos metros de la coronación de la presa provisional de protección con unos 360m de largo.
 
 
 

 

 La topografía permitió un truco. En lugar del macizo natural de roca que tenía el templo a su espalda y que no existía en el nuevo emplazamiento, se construyó una cúpula de metal y se recubrió de cemento, para proteger también al templo de la presión de las rocas.
 



 Excavados en un acantilado en el siglo XIII a.C., el Gran Templo de Abu Simbel, aunque dedicado a deidades tutelares de las grandes ciudades del Antiguo Egipto -Amón de Tebas, Ptah de Menfis y Ra-harajry de Heliópolis-, el Gran Templo fue construido en honor de Ramsés II. Su fachada de 33 metros de altura, con los cuatro colosos de Ramsés II sentados en el trono y luciendo la corona del Alto  y el Bajo Egipto, fue diseñada para impresionar y atemorizar al mismo tiempo.
 



El Templo de Hathor

Dedicado a la diosa Hathor, el templo más pequeño de Abu Simbel fue mandado construir por Ramsés II en honor de su esposa favorita, Nefertari. La sala hipóstila tiene columnas con la cabeza de Hathor y retrata escenas en las que Ramsés derrota a sus enemigos ante la mirada de Nefertari. En el vestíbulo aparece la pareja presentando ofrendas a los dioses. El santuario alberga una estatua de Hathor en forma de vaca.
 
 


Sepultada bajo la arena durante siglos fue descubierta en 1813 por el explorador suizo Jean-Louis Burckhardt. 
 
La batalla de Qadesh, los relieves de la sala hipóstila muestran a Ramsés II derrotando a los enemigos de Egipto, e incluye la derrota de los hititas en la batalla de Qadesh.
 

 

 
 
 
 Querer y atreverse
 
Oh, misteriosa Esfinge, ¿qué quieres de mí? Lo dominas todo y tus fuertes hombros reflejan el esplendor de la gloria antigua. Soy tan pequeña ante ti, a pesar de cuando pudiera enorgullecerme. Tantas veces he mirado al espejo de mi conciencia y he escuchado tu voz. "Solo tú sabes, solo tú puedes, solo tú quieres, y solo tú te atreves". Doria Shafik