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jueves, 7 de marzo de 2024

Sorolla, viajar para pintar


En el marco de la conmemoración del centenario del fallecimiento de Joaquín Sorolla Bastida (1863-1923), emprendemos un largo viaje tras los pasos del pintor. Labor imprescindible para conocer en profundidad tanto su dilatada trayectoria como su personalidad, al estar la esencia de su pintura plenamente ligada al concepto de viaje.
 
 
A través de sus constantes desplazamientos, Sorolla forjó un estilo de vida independiente, inquieto y cosmopolita, que acabó por definir su espíritu y su propia pintura. Un eterno discurrir con el que Sorolla promulgó el progreso que siempre abanderó y que le llevó hasta un total de cincuenta y cuatro localidades españolas y diecisiete ciudades extranjeras, destacando sus dos giras transatlánticas por Estados Unidos. 
 
 
Con las obras expuestas esta muestra se compone, además, una iconografía del paisaje que se puede interpretar como "Otra visión de España", alternativa a la que el propio Sorolla pintó para la Hispanic Society of America de Nueva York. Si esos paneles de la Hispanic están poblados de personajes, tipos populares practicando sus costumbres, fiestas y tradiciones en los diferentes territorios de la geografía, en esta exposición no hay personajes, no hay figuración, solo escenario, el paisaje. Los protagonistas son el territorio, la naturaleza, el mar, la montaña, los efectos atmosféricos, la España natural o la España monumental. Sorolla compone así con una mirada intimista su otra visión de esa España que tan inusitadamente recorrió y representó.
 
 
Desde su juventud Sorolla se habituó a practicar la pintura al aire libre, a estar a gusto en contacto con la naturaleza. Tras la estela de su maestro Gonzalo Salvá Simbor en la Escuela de Bellas Artes de la Real Academia de san Carlos de Valencia, Sorolla conoció los principios de la pintura plenairista promulgada desde la Escuela francesa de Barbizon. Icónico centro de peregrinaje que atraía a paisajistas de diferentes nacionalidades desde la década de 1830, seducidos por su filosofía basada en la pintura al natural ligada aun nuevo estilo de vida. un tiempo de evasión en el que el artista entabla un diálogo íntimo con el paisaje.
 



Mediterráneo, un estudio al aire libre
 
De primavera a otoño Sorolla estructuró un férreo cronograma de trabajo al aire libre durante sus prolíficas campañas estivales por toda España. Tras fijar su residencia en Madrid en 1889, el pintor acudió casi todos los años a su tierra natal donde estableció su principal taller en el exterior ante el sempiterno protagonista de su obra: el mar Mediterráneo.
 
Protegido del sol por un simple sombrero de ala corta, el pintor trabaja en agotadoras jornadas de hasta doce horas en la inmensa playa de la Malvarosa o del Cavañal de Valencia. fascinado por el espectáculo visual del movimiento incesante del mar, delas nubes, del continuo sucederse de luces reflejadas a distintas horas del día, Sorolla emprendió un proyecto de investigación continua a partir de una meticulosa observación del natural de todos los estados atmosféricos y lumínicos posibles.



Acostumbrado a las playas del Golfo de Valencia, Sorolla cayó rendido ante la belleza del panorama costero de Jávea, localidad alicantina que conjugaba con toda grandiosidad el paisaje montañoso y el paisaje marítimo de la comarca de la Marina Alta. Deseoso por contemplar las majestuosas panorámicas sobre el Cabo de san Antonio o del Cabo san Martín. Sorolla realizó excursiones por la zona cargado con sus pinceles. 


 Los acantilados rocosos bañados por el profundo mar construidos gracias a una pincelada amplia y empastada, llena de luminosidad. Evocadores escenarios que dialogan con el mar bajo la potente luz del sol, creando sombras y reflejos a través de múltiples matices.

Estudios del mar realizados a pie de playa o apostado entre los acantilados de Jávea, Lloret de Mar o Mallorca. En esta isla a modo de testamento artístico, Sorolla pintó por ultima vez el mediterráneo con la serie de la Cala de san Vicente, Mallorca. Ejecutada frente al imponente acantilado del Cavall Bernat en el verano de 1919.


Sorolla continuó su ejercicio de observación del natural al dirigir su mirada hacia el interior del monte vasco. El pintor nos sumerge en armónicas composiciones construidas mediante planos de lomas y cerros.

San Sebastián fue siempre un lugar especial para Sorolla. La presencia intermitente del pintor a lo largo de más de treinta años (1889-1921) hizo que fraguara una iconografía del veraneo elegante. dentro de su producción, es icónica la serie de El rompeolas, San Sebastián. Allí Sorolla pasó largas horas observando al natural la fuerza del Cantábrico golpeando este enclave del Paseo Nuevo. En 1917 comenzó a pintar, para su propio disfrute, sus cambiantes luces y marejadas del norte según la hora del día. Gracias a estas obras Sorolla, ya en pleno proceso de síntesis visual, se deleitó experimentando libremente por su pugna por captar el instante y así convertir el cuadro en una imagen pura del color y de la naturaleza.
 
Sorolla varió su paleta de tonalidades más agrisadas y frías, propias de la luz suave y filtrada característica del norte tras pintar lugares tan dispares como San Sebastián, Pasajes, Guetaria, Zarauz o Asturias. 


A modo de contrapunto, Sorolla dirigió su mirada al interior rural y empobrecido de la España de entre siglos donde elaboró una pintura que trasluce su sentido más intimista. Ante la imponente quietud de sus paisajes, Sorolla pintó al aire libre impresionantes panorámicas protagonizadas por la abrupta naturaleza de recónditos valles de Navarra, Aragón o la Sierra de Guadarrama. En paralelo al despertar de un incipiente turismo cultural, la huella del ser humano cobró mayor relevancia a través de sus afamadas vistas de atemporales conjuntos monumentales como los de Ávila, Toledo, granada o Valencia.


 

 

Animado por su amigo el paisajista e institucionista Aureliano de Beruete, Sorolla acudió por primera vez a Toledo en 1906, a donde regresaría con frecuencia hasta 1913. El pintor rindió un merecido homenaje pictórico a Toledo al construir sus panorámicas, ejecutadas desde miradores y cigarrales, gracias a una pincelada suelta y con potentes manchas de color. Estas vistas están bañadas por una cálida y ágil luz otoñal que incide en la representación tanto de los monumentos como de la adusta naturaleza, tras el Tajo que circunda la ciudad.
 
En su afanada búsqueda por capturar la esencia de Castilla, Sorolla recaló en Ávila en 1910 por primera vez. Volvería en 1912 y 1913 con el fin de realizar estudios para el fondo del panel Castilla. la fiesta del pan para la Hispanic Society of America. A pesar de las inclemencias del tiempo, Sorolla logró plasmar la atmósfera fría y gris que encontró a partir de ingeniosas composiciones. Aprovechó los pocos momentos de luz para armonizar las apagadas gamas cromáticas e infundió vida a las obras a través de dinámicas diagonales realizadas entorno a la omnipresente muralla de Ávila.
 

Sorolla ejecutó esta obra desde el mirador de san Nicolás, en el Albaicín, bajo la grácil luz invernal de la caída de la tarde. gracias a su particular visión, el pintor equilibró la presencia del conjunto monumental de la Alhambra con la naturaleza que lo rodea; un manto de árboles en vivas tonalidades que se difuminan hasta las cumbres de Sierra Nevada. Esta obra forma parte de la serie de amplias panorámicas o "estudios grandes", como Sorolla los denominó, que, ejecutados con gran rapidez, revisten una gran sensación de instantaneidad.
 
Frente a las monumentales panorámicas de viajes anteriores, Sorolla se centra en su última estancia en invierno de 1917 en la quietud de los palacios nazaríes. Como si de un espejismo se tratase, esta visión de marcado encuadre fotográfico evoca una Alhambra melancólica de una gran poesía implícita. Sorolla realiza un meditado ejercicio de reflexión sobre la luz, a partir del análisis del reflejo en el agua, el cual duplica la imagen al dar una gran amplitud a la composición.
 

 

Una misma perspectiva obsesionó a Sorolla. Un jardín ordenado por una fuente que, como elemento vertebrador, marca el eje de una composición ejecutada desde un punto de vista bajo, donde el marcado pavimento rojizo contrasta vivamente con la frondosa vegetación.


Museo Sorolla
 
Pº del Gral. Martínez Campos, 37
 
Chamberí. Madrid




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