Egipto ha sido descrito como el regalo del Nilo, porque sin este río, el país no sería más que un desierto. Gracias al Nilo, una estrecha franja de exuberante vegetación se abre paso en un terreno árido y estéril. En la antigüedad, una gran civilización floreció en las riberas del gran río. Los templos y monumentos que dejó convierten el valle del Nilo en el terreno más rico en historia de todo el mundo.
 
 
Para los filahin (campesinos) y pescadores retratados en las tumbas faraónicas que jalonaban el valle el río Nilo es esencial. Durante miles de años, la crecida anual del Nilo depositó ricos minerales que fertilizaban las tierras ribereñas. Cuando las aguas retrocedían, los campesinos construían canales de irrigación, plantaban sus cultivos y esperaban la fértil cosecha. Aunque la construcción en los años sesenta de la Gran Presa de Asuán puso fin a las inundaciones anuales, muchos granjeros viven todavía en pequeñas aldeas de adobe y cultivan sus ricas tierras siguiendo métodos milenarios.
 
 
El Templo de Luxor es una de las obras más representativas del Imperio Nuevo egipcio. Fue construido en Tebas, la actual Luxor, en la orilla oriental del río Nilo. Su edificación comenzó bajo el reinado de Amenhotep III (dinastía XVIII, c. 1390-1352 a.C.) y fue continuada por Tutankamón, Horemheb y Ramsés II, quien añadió los elementos monumentales de la entrada.
 
El Templo de Luxor  es un complejo religioso dedicado al dios Amón-Ra, aunque también incluye capillas para Mut, Khonsu y el faraón deificado. Pertenece al estilo tebano clásico, caracterizado por el uso de una planta axial, columnas monumentales y una profunda carga simbólica. 
Actualmente, el templo forma parte de un conjunto arqueológico declarado Patrimonio de la Humanidad.
Una puerta de acceso al mundo de los dioses. A punto de entrar en el recinto, un enorme obelisco, que simboliza un rayo de sol, su altura de 25 metros, cuatro babuinos decoran su base. En su origen, iba acompañado de otro obelisco que fue donado a Francia en 1831 y que puede verse en la Plaza de la Concordia de París.
 
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Impresionantes los dos colosos sedentes que franquean la entrada y que representan al faraón Ramsés II. Este soberano que reinó durante más de sesenta años y que fue un gran constructor, se hizo representar en estatuas colosales en diversos templos. En la fachada de este pilono, Ramsés II ordenó grabar escenas batalla de Qadesh en las que se muestra victorioso e invencible contra los hititas.
 
Una belleza columnata conecta los dos patios del templo: el de Ramsés II y el de Amenhotep III. Ambos están rodeados de dos hileras de columnas inspiradas en la planta del pairo y se puede imaginar lo que fue el patio en su día. El papiro, además de ser un soporte para la escritura, es una planta que crece en las marismas del delta del Nilo. También servía como alimento y para elaborar cuerdas, cestos, muebles, calzado etc. Los patios estaban al aire libre, y el resto del templo se encontraba techado.
 
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| Primer patio con columnas papiriformes y estatuas de Ramsés II | 
  El Templo de Luxor desempeño un papel esencial en el culto oficial de Tebas. A diferencia del Templo de Karnak, Luxor tenía una función más ritual y simbólica. Era el centro de la celebración de la fiesta de Opet, en la cual se trasladaba la estatua de Amón desde karnak hasta Luxor en una procesión que simbolizaba la renovación del poder real y la fertilidad del país.
Además, este templo fue concebido como espacio de legitimación del faraón. Amenhotep III mandó decorar sus muros con escenas de su nacimiento divino, donde su madre es fecundada por el propio Amón-Ra, lo que lo consagra como hijo de dios. 
 
 El aporte de Ramses II al templo incluye el pilono, los colosos, las estatuas de su consorte Nefertari y la decoración del patio. esto refuerza el carácter monumental del lugar. la imagen del faraón se multiplica en los relieves como sacerdote, guerrero y dios viviente.
La luz natural desempeña un papel simbólico. Los patios abiertos están iluminados directamente, mientras que los espacios más sagrados permanecen en penumbra. Así, el recorrido del templo se convierte en una transición espiritual desde lo visible hacia lo oculto, desde lo profano hacia lo divino. 
 El color original era intenso: azules y ocres para los techos; rojos, verdes y negros en las figuras humanas, y jeroglíficos resaltados en tonos dorados. Actualmente persisten trazos de policromía, especialmente en los relieves internos.
En cuanto al volumen, el templo se caracteriza por su progresión espacial. Los espacios se vuelven cada vez más reducidos y sagrados conforme se avanza hacia el santuario. esta jerarquía espacial no solo obedece a criterios funcionales, sino que refleja la cosmogonía egipcia. El ritmo arquitectónico se da en la alternancia entre patios, salas columnadas y estancias cerradas. las proporciones están cuidadosamente equilibradas, con columnas que armonizan con los espacios que las rodean. En consecuencia, el templo transmite una sensación de orden, solemnidad y continuidad.